La única vez que cortar una cadena nos hizo esclavos

Yo soy de una generación que para poder ligar tuvimos que pasar por el filtro “paternal/maternal” que te decían aquello de: “¿De parte de quién?

Era de las peores experiencias que recuerdo de adolescente. Me sonrojaba automáticamente y ya entraba en escena con la guardia tocada, si no hundida. Nos guste más o nos guste menos era un modo de respeto a la autoridad, una manera de presentar respeto a una generación superior. Hoy todo esto es ciencia ficción, el filtro y el respeto.

Hoy todas las comunicaciones son directas, automáticas, sin intermediarios, y además por tierra, mar y aire. En mi época o bien llamabas por teléfono o bien te tocaba picar al timbre y eso, digámoslo claro, eran palabras mayores.

Millennials y, especialmente centennials, han aprendido a comunicarse con quién quieren, cuándo quieren y a través de múltiples opciones digitales que ha sido una losa más en el maltrecho respeto a la autoridad, en el respeto a los mayores. Siguen viviendo en un mundo (internet) sin horarios, sin jefes, donde cualquiera con ingenio y suerte puede hacerse rico.

Yo soy de una generación que quedábamos el viernes a las 18h en la entrada de El Corte Inglés y si llegabas tarde posiblemente te perdías el jolgorio.También soy de esa generación que durante varias horas éramos completamente libres, nuestros padres no podían contactar con nosotros de ninguna manera y solamente teníamos una ley: la de la hora de vuelta. Inviolable.

Sería el año 98 o 99, no recuerdo con exactitud, y tenía mi primer teléfono móvil, un Nokia 5110. Creo que mis problemas de espalda vienen de llevar ese ladrillo en uno de mis bolsillos e ir caminando desbalanceado. Por cierto, todavía le quedan dos rayas de batería…

Pues en uno de esos sábados famosos en ESADE donde tenías exámenes en fin de semana, salimos del examen tan exaltados que nos fuimos directamente a Castelldefels (Castefa le decía yo antes de entrar en ESADE…) a comernos una buena paella regada con abundante vino. La sobremesa se hizo larga e intensa y directamente empalmamos con la cena y la discoteca. Eran épocas maravillosas, quitando la obligación de sacar buenas notas, todas las preocupaciones era decidir si whisky o ron. Éramos tan felices…, y no lo sabíamos lo suficiente. Ojalá la vida se viviera al revés…desde mayores a recién nacidos, otro gallo cantaría…

Bien, volvamos, sobre la media noche estábamos en “La Jijonenca”, un local de Barcelona que si eres de mi generación sabrás que de helados no iba esa guisa y, cuando fui a pagar mi cubata, me percaté que llevaba el móvil conmigo. Merece aclaración en este punto, especialmente a esos lectores todavía sin arrugas en la frente ni canas en el pelo, que al principio de la historia hablar con un teléfono móvil por la calle nos generaba vergüenza extrema y que, al principio, nadie salía de fiesta con el teléfono móvil. Sí, el mundo se ha dado la vuelta…una vez más.

Bien, vuelvo a la barra de La Jijonenca, en ese momento entendí la potencia del móvil y es que mandé un SMS (20 pesetas por cada mensajito) a todos mis amigos que tenían móvil en aquella época (que eran todavía muy pocos) y además que lo llevaran encima todavía menos. Pues logré juntar a 4 amigos en el bar que de otra manera no lo hubiera logrado. Improvisación esponsorizada por la tecnología.

Aquella noche fui muy feliz. Descubrí lo alucinante que podía llegar a ser estar localizable en cualquier momento, incluso en aquellas noches de fiesta donde literalmente desaparecías del “mapa” hasta volver a casa intentando encajar la llave en la cerradura.

Aquella noche fui muy feliz, pero hoy puedo garantizar que fue uno de los peores momentos de mi vida, y no lo sabía. Esa noche murió la libertad, en esa barra de bar murió el placer de estar ilocalizable, al menos por unas horas. A partir de ese día ya nunca jamás dejé mi Nokia en casa, a partir de ese día estuve por siempre localizable hasta el día de hoy. En esa barra de bar murió la incertidumbre y esos aires de libertad.

Es triste reconocerlo, pero el día que cortamos el cable al teléfono fijo quedamos irremediablemente encadenados a estos smartphones, dispositivos cada vez más inteligentes para usuarios cada vez más tontos. Es triste reconocerlo, pero el día que cortamos el cable al teléfono fijo ha sido la primera y la única vez en la historia que cortar una cadena nos hizo más esclavos.

Yo soy de una generación que para poder ligar tuvimos que pasar por el filtro “paternal/maternal” que te decían aquello de: “¿De parte de quién?…

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