En mis ponencias, muchas veces uso el símil del avión como empresa.
Da mucho juego, no lo voy a negar, te permite jugar con la metáfora de las turbulencias, del capitán, del equipaje…etc. De hecho cuando hablo de formaciones siempre digo una frase que me encanta que es esa de que “uno es ateo hasta que el avión cae”, y así digo que una empresa que no cree en la formación de sus equipos acaba haciéndolo cuando it´s too late, y milagros a Lourdes.
Yo he emprendido en una decena de ocasiones, con más errores que aciertos pero nunca he fracasado pues a veces gané y otras tantas aprendí. Es el juego de la vida. No es fácil pasar de lunático a emprendedor, aunque ambos requieren de ideas locas, el segundo arriesga su tiempo, su dinero y su reputación. Y yo siempre he admirado a los emprendedores de éxito porque sé de buena tinta lo difícil que es, y más en estos tiempos que necesitas más un tarotista que un controller, tiempos donde cualquier decisión ya está obsoleta antes de arrancarla en una época vital de incertidumbre, de incomprensibles acontecimientos y asumidos en un estado de carencia global de valores. Los emprendedores son héroes, son incluso, me atrevería a decir, “insensatos” en estos tiempos convulsos y para colmo teniendo que lidiar muchas veces con un tipo gente que en la vida ha levantado una persiana, salvo para llevarse un tupperware del marisco que ha sobrado y que tienen la extraña costumbre de únicamente salir a trabajar el onomástico día que libran todo el resto de trabajadores.
Llegados a este punto y haciendo alusión al título de este artículo estoy convencido que si cogiéramos todas esas empresas que han quebrado estos últimos diez años, todos esos aviones caídos, y sacáramos sus cajas negras, sus verdaderos testigos del declive se escucharían 3 cosas en todas sus grabaciones:
El avión se estrelló por una mediocre plantilla que obvió algo importante por ocuparse de otras pseudo-urgencias, por primar el ego por encima de todo y por no querer mejorar, por jurar ante la Biblia y la ley que esto siempre se hizo así. Hasta que chocó.
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